jueves, 7 de octubre de 2010

Gajes del oficio



Era tarde, ni una fina lámina de luz asomaba por entre las cortinas.
Entró de puntillas, intentando no hacerse notar. Le miró mientras evocaba esas remotas vacaciones en aquel lugar lejano. Suspiró quedamente, y comenzó a desvestirse. Su cuerpo estaba allí, a menos de un metro del hombre con el que compartía su vida desde hacía diez años, pero su mente navegaba a toda vela desde mucho antes de lo que pudiese recordar. A cada botón que se desabrochaba pensaba en las manos del hombre que acababa de poseérla. El simple roce de la camisa alrededor de su vientre, fue suficiente para volver a encenderla. Suavemente deslizó el pantalón hasta sus rodillas, con cuidado de no rozar la ardiente piel de que él acababa morder, borracho de deseo.
Guardó la liga en el último cajón de la mesilla de noche y se dispuso a acostarse a su lado. Con un arrumaco pretendió anunciarle su presencia, a lo que aquel hombre contestó con un gruñido. Ella volvió a suspirar, se dio la vuelta y se dispuso a dormir.
Estaba agotada. Había sido un día muy duro. A veces el trabajo también tiene buenos momentos, pensó, antes de cerrar los ojos.

2 comentarios:

  1. adoro como escribes...publica mas cosas para que al menos pueda leerlas...

    ResponderEliminar
  2. http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e0/Leo_Hevelius2.jpg Tú leo y yo otro pero también de fuego.

    ResponderEliminar