miércoles, 31 de agosto de 2011

chof!!


-Chof! – la luna desapareció del lago cuando aquel guijarro agujereó su superficie.
Esa montaña siempre parecía estar observándome, mientras, como cada primavera, toda la arboleda que dominaba el lugar se erguía henchida de orgullo, como dándome la bienvenida.
En noches como ésta, la luna llena me hacía sentirme en plenitud de facultades, sabía que era capaz de todo. Los búhos se ocupaban de aderezar la noche con sus particulares cantos. Me cautivaba la sensación de sentirme arropado bajo aquel manto de estrellas. Adoraba ir allí a pensar, de hecho llevaba años haciéndolo.
Pero esta noche la luna brillaba con una intensidad distinta, quizás fuera porque ella por fin estaba allí conmigo.

La complicidad de la noche nos acurrucaba con su frío manto y nos invitaba deliberadamente a hacer de nuestras sombras una sola. Había planeado miles de veces este momento, acababa de llegar y no sabía qué decir. Aún así, no se percibió ningún signo de incomodidad durante aquel eterno silencio. Como hechizados, nuestros ojos se buscan como si no tuvieran miedo, y dos labios se contemplan esperando el momento oportuno para abalanzarse el uno sobre el otro. Tuvo que ser ella quien rasgara la oscuridad con su voz.

-          ¿Porqué hemos ido tan lejos? -preguntó, inquisitiva
-          En realidad… no lo sé, pensé que una vez aquí, las palabras saldrían solas… - balbuceé


De nuevo el silencio se hizo dueño del crepúsculo. Como no se me ocurría nada mejor que hacer ni que decir, deslicé mi mano por su mejilla, y la besé. Ella respondió apasionadamente a mi boca. Al segundo, nuestros labios llamaron a nuestras manos, que llamaron a nuestros cuerpos, y así despertaron nuestros sentidos. Jamás sentí el sexo como en aquella ocasión… quería decirle todo lo que significaba para mí, planeé confesarle cuanto la había echado de menos, pensé admitirle que hasta sus defectos me agujereaban cuando ella se iba, incluso me planteé el admitir que ya solo podía conciliar el sueño si mi cama rezumaba al aroma de su cuerpo…

-Te quiero – susurré, en cambio, con un hilo de voz. En el fondo, siempre fui parco en palabras.


Para todas las noches oscuras que parecen eternas, porque siempre hay un amanecer esperando.

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